¿Alguna vez has dudado de tu fe?

por | 13 Abr, 2022 | Reflexiones

No sé si alguna vez he dudado de mi fe.

Tendría  que empezar por definir cuál de las fe me voy a referir para responder esta pregunta.

Según yo, hay dos tipos de fe.

Una, es la fe en sí mismo, o en otro, por ejemplo: tengo fe que se redactará una nueva constitución que congregue más que dividir al país. Tengo fe que podré terminar de escribir este libro en el plazo acordado.

Y luego está la fe en la Divinidad, en ese algo o alguien más grande que la vida misma. El, la o “it” que se le ocurrió esta maravilla de Universo.

El que diseñó nuestro cuerpo perfecto. ¿Se han detenido algún minuto a pensar lo maravilloso que es nuestro cuerpo? ¿Cómo funciona?

Porque TODO tiene un punto de partida y quién más grande que al que se le ocurrió incluso lo inimaginable.

Entonces, volviendo a la pregunta de que si yo alguna vez haya dudado de mi fe, creo poder responder que no. Ni a la fe en mí ni a la fe espiritual.

Sin embargo, dudar de la religión sí.

Y eso desde que tengo uso de razón.

Siempre hubo incongruencias en lo que veía o escuchaba en el pequeño círculo en el cual me movía.

Pude ponerle palabras a lo que sentía recién cuando Dan Brown escribió “El código Da Vinci”.

De él leí que religión y fe son dos cosas aparte. 

Un poco de contexto

Vengo de una familia Católica Apostólica Romana y bastante practicante. Al menos por el lado de mi mamá que eran casi beatas.

Tengo todos los Sacramentos; fui bautizada, hice la Primera Comunión, me Confirmé y como si eso fuese poco, me casé por la iglesia.

Mi hermano y yo en el día de nuestra Primera Comunión

Eso sÍ que fue un matrimonio mixto. Es decir, que un católico se casa con un no católico, sin misa de precepto y con el compromiso de criar a nuestros hijos bajo la religión católica.

El día de nuestro matrimonio el 14 de agosto 1985

Si me preguntara alguien hoy ¿Por qué me casé por la iglesia? No lo sé.

Yo tenía 21 años y había que hacer lo que todo el mundo a tu alrededor hacía.

Incluso si me rebelaba, existía en mí la creencia de que Dios me castigaría y anda a saber cómo. Era como pasar por debajo de una escalera, ¿me iba a arriesgar?

Desde muy pequeña siempre me molestó el no haber podido decidir si quería ser católica o no. Me lo impusieron.

¿Saben lo que pasa cuando le imponen algo a una persona rebelde?

Por algún lado tenía que salir esa rabia acumulada y como no podía rebelarme me puse a cuestionar todo.

¡Qué dolor de cabeza debo haber sido para todos! Partiendo por las monjas del colegio Jeanne D’Arc en el que, irónicamente,  gracias a Dios solo duré un año.

Es que cómo no me iba a cuestionar si veía a mi mamá entrar a la iglesia, transformarse durante la misa en casi una Santa y, después de terminada la hora, en la que ella me pellizcaba para que rezara y me quedara quieta, se volvía a transformar en la misma mujer que había entrado.

Estaba segura de que a mi mamá la estaban haciendo lesa.

Durante la ceremonia aquella, para entretenerme en algo, tenía que de alguna manera encontrarle a este ritual algo que me hiciera sentido a mi.

Y se me ocurrió que ir a misa era igual que ir a una bomba de bencina.  

Entrar en ese espacio y decir “llénelo por favor”.

Uno iba a recargarse con suficiente bencina que tenía que llegar al otro domingo, con el estanque en reserva pero llegar o así lo entendía yo.

Y no sonaba tan imposible mi cuento ya que si lo comparaba con los cuentos de los ovnis que me contaba mi abuela desde que yo tenía dos años.

Según ella, los extraterrestres, de vez en cuando, bajan a la tierra a monitorear. Y si ven mal la cosa, mandan señales.

Y así como han ido desapareciendo cosas, ya no existen los dinosaurios, hay miles de especies de todos los reinos en peligro de extinción, cuando será nuestro turno?

Por eso hay que estar conectados siempre.  

Hoy, para mi donde siento que me conecto a la fuente, donde me llenan el estanque, es sentada mirando la puesta de sol. Cualquier puesta de sol y en cualquier parte.

Plenitud

Entonces, cuando veía que mi mamá salía de la iglesia –  la bomba de bencina – contenta, feliz y en paz, según yo, venía con el estanque full.

Y no solo eso, sino que brillaba! Claro que eso le duraba hasta que se subía al auto y empezaba a quejarse de lo mal que manejaba la gente.

Ya de adolescente no entendía por qué la Iglesia se oponía a tantas cosas como, por ejemplo; a la píldora anticonceptiva o cualquier otro método que no fuera el natural, al divorcio, a los gay, al aborto, por solo nombrar unas pocas.

Sentía que si yo decía que era católica estaba haciendo trampa.

La iglesia me imponía reglas a las cuales yo no estaba de acuerdo por lo tanto, encontraba justo y coherente de mi parte, no ser Católica.

Pero ¿cómo no serlo si ya tenía el sello?

Por alguna razón desconocida para mi, creía que las personas al solo mirarme sabían que era católica.

No se me va a olvidar nunca una vez que estábamos de vacaciones en casa de amigos de mis papás en Algarrobo.

Uno de esos días mientras caminábamos por el pueblo, mis papás – cuando digo papás me refiero a mamá y papá porque bien podrían ser dos papás hoy en día; yo hablo y escribo a la antigua –  se encontraron con otra pareja de amigos y se pusieron a conversar.

Todo parecía ir bien hasta que estos extraños para mi, supieron que nos estábamos quedando en casa de una pareja, a la cual ellos también conocían, en la que él dueño de casa era separado y vuelto a casar.

Hasta ahí no más llegó la invitación de volverse a ver. Luego supe eran Opus Dei y para ellos, en ese entonces, era pecado compartir con ese tipo de personas: “los separados”.

A mi mamá le diagnosticaron cáncer de mamas a sus 46 años.

Según el doctor, ella debía ponerse el dispositivo intrauterino porque a su edad aún se podía embarazar y eso sería un peligro para la guagua ya que estaría expuesta a radioterapia.

Lo primero que hizo mi mamá fue llamar al cura de la familia, el Pocho Puelma, primo hermano de mi abuela. Mi mamá necesitaba tener la absolución ante el terrible “pecado” que estaba pronta a cometer.

No solamente le fue mal con el Pocho, sino que con muchos curas conocidos y desconocidos, la respuesta era siempre la misma: “Lo siento, no puedo absolverla”.

Nacieron mis hijos y los bauticé. A los tres.

¿Por qué?

Porque se hacía. Además, no me iba a arriesgar a tener “moritos”.

Con Pedro que es el menor, queríamos que mi hermano fuese el padrino pero sabíamos que la Iglesia se opondría. Él no estaba casado por la Iglesia, si por el Registro Civil entonces, en estricto rigor “vivía en pecado”.

Como Dios es grande y yo creo en “señales Divinas”, no tuve que mentir porque la señora de la iglesia asumió que todo estaba en regla y dio el pase al padrino.

Los niños empezaron a crecer y llegó la hora de la Primera Comunión.

Jorge la hizo sin problema.

Rai en algún minuto decidió que quería ser judío ya que un compañero de él lo era y, durante las clases de religión Aaron se iba a la biblioteca.

Ante eso, nada que hacer más que aceptar su decisión.

Un pequeño paréntesis en esta historia

Necesito detenerme y explicar que Ricardo es primera generación chilena por el lado paterno.

Su papá llegó desde Viena a la edad de 9 años junto a su hermano de 7 y sus papás, arrancados de la II Guerra Mundial.

Aunque tenían apellido judío nunca profesaron la religión.

El papá de Ricardo nunca bautizó en ninguna religión a sus hijos, no les enseñó a hablar alemán, al contrario los metió al colegio Alianza Francesa, un colegio laico.

O sea que Ricardo no cree en nada y no sabe lo que es tener fe. Sin embargo, es más cristiano o católico que muchas personas que conozco.

Volvemos nuevamente a la historia

En la medida que transcurrían los años fui poco a poco percatándome que lo más probable sería que iba a llegar “el día”  en que mis hijos me preguntarían donde se iba a ir el papá una vez muerto.

Porque estaba claro que al menos nosotros los “bautizados nos iríamos al cielo” mientras que Ricardo probablemente terminaría en el ¡infierno!

Hasta ese entonces, casi todos los familiares que fueron falleciendo en ese lapsus de tiempo, todos eran velados en iglesias y el funeral era con misa.

Eso era lo que para mis hijos, y en su formación era “lo normal”.

El día que me “cayó la teja” de que tendría que confesarle a los niños que la vida eterna no incluiría a su papá, reuní a mis hijos y les dije: “Desde hoy, hay solo una religión en esta casa:

Una religión donde hay un Ser Superior – que me da igual cómo lo quieran llamar y que no tiene por qué ser el mismo para todos, Buda, Jehová, Dios, Universo, Energía, La Fuente o lo que fuese –  y, lo único que exigía esta religión era ser buena persona SIEMPRE.

Darte un 100% en todo lo que hacías, fuese limpiar el baño o ser un alto ejecutivo.

Nunca le darías a nadie algo que tú no te comerías.

Y jamás dar por pena o lástima. Uno da porque se es buena persona y las buenas personas comparten si pueden.

Con esa religión decretada el primer “desorden” que hicimos fue cuando se murió el Tata el 5 de diciembre de 1999. –¡Qué lejana se ve esa fecha! Toda una vida.

Después de tantas vueltas

¿Cómo dudar de mi fe si no necesito de interlocutores?

No necesito de un cura para que me diga lo que tengo que hacer. Creo saber cuando hago el bien o cuando hago el mal.

¿Cómo? Conectándome.

Conectándome a la manguera que me llena el estanque.

Cuando logras conectarte con la Divinidad, con Dios o con quién tu creas en,  a través de la oración o la meditación, lo sabes. No necesitas a nadie más que a tu corazón, el órgano que sabe, escucha y siente; Lo sabes.

Cuando logras conectarte, todo fluye y sabes que todo estará bien. Aunque a veces nos cueste entender y nos duela.

Percibimos sentimientos y pensamientos con una claridad e intensidad diferente.

Tomamos conciencia de que todo lo que existe es una unidad, bajo el amor incondicional.

No se trata solo de entender a nivel intelectual que todos somos uno desde la misma Fuente (Dios, Energía Universal, u otros nombres), sino de realmente verlo y sentirlo sin ninguna duda que es así.

Cuando logras conectarte comienzas a entender que cada cosa tiene su sentido, que nada ocurre por casualidad y que de cada una de ellas hay un aprendizaje esperando por ti.

Ya sea ayudarte a sanar, mostrarte algo que debas trabajar o simplemente señalarte por dónde seguir; cada persona o situación es única y merece tu atención.

Comenzamos a vivir desde la entrega y no la resignación, y a sentir que si nos dejamos fluir, la vida nos mueve hacia el camino que debemos atravesar, sin hacer fuerza en su contra.

Se puede entender lo que ha sucedido, lo que está sucediendo y lo que sucederá, sin juicios acerca de lo que es malo o bueno, ya que todo se transforma evolutivamente.

Hoy veo a mi hermano por ejemplo, y puedo entender que todo lo que le dolió, la rabia que tuvo al dejar su trabajo en Shanghai fue lo mejor que le pudo haber pasado.

Según yo, él jamás habría tomado la decisión de irse salvo en un caso extremo.

Un año después de su partida, Shanghai está ¡cerrado!

No se puede ir de una comuna a otra.

Si te hacen un PCR y sale positivo, te separan de tu familia, no importando la edad.

Repito: NO IMPORTANDO LA EDAD.

Y sí, conocemos a una familia a la que los separaron de su guagua de ¡7 meses!

Te separan y te llevan a un galpón con otras 10 mil camas.

Sí. Leíste bien, 10 mil camas.

La única forma de salir de ahí es que tengas dos PCR negativos consecutivos. O sea que nunca.

Los pobres chinos están tan desesperados con el encierro que han empezado a protestar. ¿Se imaginan en el límite en el que están?

¡Chinos protestando!

Y lo más triste de todo es que están protestando para que se los lleven presos y así poder comer.

¿Cómo mi hermano no va a estar mejor hoy donde está que donde estaba?

Eso para mi es fe. Confiar que todo va a estar bien. Por algo estamos acá.

Una pregunta en el camino

Mientras escribo esto, me topé con una pregunta: ¿fe y espiritualidad son lo mismo?

La fe viene del latín fides – lealtad.

Según la RAE es confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo.

Por otro lado, la espiritualidad es la potencia, la energía, el eros (instinto de vida) que cada persona tiene para vivir intensamente, es una fuerza interna que nos encamina a la realización personal.

El concepto de espiritualidad puede referirse al vínculo entre el ser humano y la divinidad.

Si yo digo que una persona “es muy espiritual” inmediatamente se concluye que es muy religiosa, y puede ser pero, una cosa no excluye a la otra.

Como diría Ceci: “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Una persona religiosa puede ser espiritual, sin embargo, una persona espiritual no forzosamente es religiosa.

La espiritualidad no depende, necesariamente, de la religión.

Fe y espiritualidad no son lo mismo pero se pueden complementar, se necesitan y se implican una a la otra.

“ La religión no es solo una, hay cientos. La espiritualidad es una.”

Pierre Teilhard de Chardin
teólogo y paleontólogo jesuita francés
(1881- 1955)

Todos podemos conectar con nuestro parte más espiritual, tú también.

Solo tienes que encontrar la práctica que se adapta mejor a tu manera de ser.

En todas las culturas y religiones, las personas cuidan su bienestar espiritual de innumerables maneras. En el sentido más básico, la espiritualidad se trata de conectar con lo que es importante para mi de una manera que eleve o enriquezca mi espíritu.

Y, cuando empiezo a sentir que me estoy desconectando o alejando, me vuelvo a conectar.

Me conecto a esa Divinidad mirando los picaflores o el mar, con los atardeceres, con mujeres o conmigo.  

En ese espacio sagrado es cuando me vuelvo a sentir unida con el Todo.

Un espacio de pura luz y amor.

Y es en esa conexión que siento  he vuelto a casa.

Conectándome
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Soy María Luisa Ginesta

Autora del Libro La Llave y Directora de la Fundación EntreTodas

Todos me dicen Chica, me encanta escribir, conversar y me llena ayudar a muchas mujeres a vivir una vida con propósito sanando su interior.

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