Frecuentemente, confundimos la palabra sagrado con algo que tiene que ver con la religión. Estamos tan acostumbrados a escuchar que lo sagrado pertenece al orden de lo divino, que se nos olvida que hubo una época en que todos los componentes de la vida diaria se vinculaban naturalmente con lo sagrado.
Lo sagrado es…
Si vamos a lo básico, lo sagrado tiene un lugar definido: el templo, la iglesia, la sinagoga, es decir, el lugar donde buscamos refugio y nos acercamos, espiritual o religiosamente, a aquello que nos trasciende. También se dice que lo sagrado es aquello a lo que le conferimos una cualidad muy valiosa. Decimos que un libro es sagrado para nosotros, cuando tocó nuestras fibras más profundas. Algo que es sagrado, no se puede tocar, es algo que hay que respetar y defender. De hecho, cuando usamos el término “sagrado” en la vida cotidiana, no tiene nada que ver con una cuestión religiosa, sino con algo muy significativo. Por otro lado, lo cotidiano es por definición mucho más mundano, y por lo tanto, más humano. Pero ¿qué pasa si conviven en el momento presente?
Los antropólogos saben que, cuando las cosas van mal, los seres humanos tendemos a multiplicar nuestra necesidad de practicar rituales. No hace falta irse muy lejos en el tiempo para comprobarlo: recordemos con cuánta rapidez se instauró en la sociedad europea y luego en la nuestra, el ritual de salir a aplaudir al balcón cada tarde durante la pandemia del COVID. Los rituales colectivos, aquellos en los que se hace algo de manera coordinada, contienen una recompensa en forma de conexión, de resiliencia y de pertenencia.
Hoy conversamos con Mónica de Simone de lo que significa hacer sagrado lo cotidiano, el nombre de su escuela de lenguajes simbólicos donde se nos invita a abrir la puerta a lo sagrado para que entre en la vida cotidiana y viceversa.
Si quieres contactar a Mónica de Simone lo puedes hacer en:
@monica.de.simone
@sagradolocotidiano