La relación personal con los alimentos está condicionada por las emociones desde los primeros momentos de vida.
Al mamar, el bebé recibe alimento, placer y cariño y se siente unido al universo.
Entre la alimentación y las emociones existe un complejo vínculo, tal es así que se denomina con frecuencia a nuestro intestino como nuestro segundo cerebro, pues todo lo que comemos puede tener su causa en las emociones y de igual manera, nuestra dieta puede condicionar nuestro estado anímico y emocional.
Ahora, no siempre comemos por hambre, también lo hacemos cuando estamos aburridos, tristes, nerviosos, enfadados,…
En el lado positivo de este vínculo se encuentra nuestra historia emocional, es decir, muchas veces basamos nuestras preferencias o elecciones alimentarias según fueron nuestras emociones en el pasado.
Por ejemplo, en mi caso personal adoro las pastas, porque las asocio a mi abuelo y al vínculo emocional que existía entre nosotros.
Asimismo, una persona puede preferir determinada comida porque le recuerda gratos momentos afectivos o rechazar una preparación porque se asocia mentalmente a un feo recuerdo.
Nuestras emociones modifican nuestras elecciones alimentarias.
Cómo nos encontremos emocionalmente influye en la elección que hagamos, tanto del tipo de alimentos como de su cantidad. Y este hecho, en algunas personas, puede conllevar importantes desarreglos nutricionales..
En ocasiones el estrés o la tristeza pueden hacer que no logremos percibir sensación de saciedad, así como la felicidad puede llegar a inhibir el apetito, igual que la tristeza en algunas personas.
Nuestro estado de ánimo afecta tanto positiva como negativamente en nuestras apetencias alimentarias.
Cuando comemos, nuestro sistema nervioso genera una respuesta que mejora el estado de ánimo y se asocia a sensaciones de calma. Sensaciones que podemos lograr igualmente cuando llevamos una vida equilibrada en todos los aspectos.
Normalmente nuestro cerebro disfruta de todo aquello que incrementa los niveles de dopamina y la oxitocina, también consideradas hormonas de la felicidad, impulsándonos a ingerir alimentos que elevan la sensación de bienestar y satisfacción.
El problema es que la fuente inmediata de este tipo de hormonas es el azúcar.
Siendo los alimentos con alto contenido de azúcares los que nuestro organismo nos pide para conseguir sensación de placer.
Las emociones afectan nuestra alimentación
Muchas veces hemos dicho que comemos por placer.
La comida no sólo tiene una función nutritiva sino que el acto de comer es placentero, desestresante y por ello, cuando nos sentimos cansados podemos ir en busca de comida, de hecho dormir poco está relacionado con la obesidad, pues la falta de sueño genera estrés y se incrementan en el organismo hormonas que elevan los deseos de ingerir alimentos.
De igual manera, cuando estamos ansiosos o con problemas emocionales, podemos ir en busca de comida para sentirnos mejor, y en realidad, hay alimentos que ayudan a calmar la ansiedad porque en su composición incluyen triptófano, un aminoácido que estimula la liberación de serotonina y nos relaja al mismo tiempo que nos vuelve más felices.
Esos alimentos son por ejemplo el chocolate, el plátano, las nueces o el yogur.
Por supuesto, es normal que de vez en cuando nos relajemos y disfrutemos de un momento placentero como es comer un pastel de chocolate, pero la alimentación emocional debe ser controlada, pues no siempre podemos comer cuando estamos cansados, enojados, tristes o alegres, de lo contrario, culminaríamos con exceso de comida.
No todo se soluciona comiendo.
Una prueba de que las emociones afectan nuestra dieta es el hecho de que cuando estamos tristes muchas veces no nos cabe bocado o cuando comemos con nervios la comida nos cae mal.
Y en casos extremos las emociones pueden afectar negativamente la digestión provocando un síndrome de intestino irritable que condiciona posteriormente la calidad de la dieta.
Y la alimentación afecta nuestras emociones
Como ya lo mencionamos, la alimentación y las emociones están estrechamente vinculadas y eso lo demuestra el hecho de que al comer un dulce generalmente nos sentimos más relajados y mejor, también hemos dicho que hay alimentos que por estimular la liberación de serotonina nos ayudan a sentirnos mejor.
Diferencia entre hambre emocional y hambre fisiológica
Es importante aclarar la diferencia entre hambre emocional y hambre fisiológica para que cada persona reflexione sobre la razón por la que está comiendo.
La primera se caracteriza por aparecer de repente, no calmarse aunque se haya comido lo deseado y causar sentimiento de culpa al acabar la ingesta. El comer emocional significa usar los alimentos como forma de afrontar las emociones en lugar de querer calmar el hambre.
La segunda tiende a incrementar gradualmente, puede ser satisfecha con cualquier tipo de alimento y una vez saciada, la persona deja de comer y no genera sentimiento de culpa.
Cuáles son las emociones que afectan a tu forma de comer
Es difícil separar la alimentación del placer y los sentimientos. Si las relaciones con la comida son positivas, es más fácil alimentarse de manera saludable. En cambio, si son conflictivas pueden empujar la dieta hacia un desequilibrio.
Las emociones negativas que aumentarían la ingesta de alimentos serían la: ira, apatía, frustración, estrés, miedo, pena, ansiedad, inquietud, la soledad y el aburrimiento
Por ejemplo, las luchas internas son acalladas con frecuencia a base de llenarnos la boca de comida para no pronunciar palabras cuya carga emocional puede asustarnos; palabras que se refieren a cosas que no nos permitimos sentir. La boca que se cierra y se abre a la comida es la misma boca que quiere hablar. El orificio por el que penetran los alimentos es el mismo por el que salen las palabras.
Un equilibrio entre emociones y alimentación
Para que la alimentación no sea puramente emocional, es decir, para que la causa de nuestra ingesta no se encuentre siempre en las emociones sino que más bien nuestro consumo de alimentos se ajuste más al hambre real, debemos entender que la comida brinda placer y es un desestresante pero no soluciona nuestros problemas y sólo calma la ansiedad temporalmente.
Entonces, para establecer un equilibrio que no perjudique nuestra salud, debemos controlar la alimentación por emociones y al mismo tiempo, debemos permitirnos de vez en cuando comer por placer, disfrutando de una preparación sabrosa y cargada de emociones, pero si volvemos habitual este acto que vincula emociones y comida, podemos caer en un círculo perjudicial para el organismo.
Ya sabes, los alimentos no sólo pueden marcar el curso de nuestra salud, sino que pueden afectar considerablemente nuestro estado de ánimo y mejorar aún más la calidad de vida.
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