De los 58 años que tengo hoy día, solo puedo nombrar dos cosas que me penan hasta el día de hoy.
La figura de San Jorge y el dragón y la medalla con el a.
San Jorge y el dragón
Cuando recién llegamos a vivir a Holanda – por el trabajo de mi marido – una noche decidimos ir a Ámsterdam solo los dos para arrancarnos un rato de los niños. Caminábamos por esas calles angostas y encontramos una tienda maravillosa: Fantasía shop Chimera.
De esos lugares mágicos donde había miles de figuras de hadas, gnomos, magos, brujas, en fin, todo ese mundo de fantasía que siempre me ha maravillado.


De repente mientras miraba las piezas, y como si me hubiese llamado, veo una cerámica que estaba sentada sobre una repisa.
Era un San Jorge viejo, cansado, con su casco aún puesto, pero con la visera hacia arriba que permitía verle las arrugas, su escaso pelo y su barba. Y a su lado, el dragón,también de edad avanzada, con una panza redondita. Ambos estaban sentados muy juntitos como conversando y tratando de recordar por qué peleaban. Al parecer, se les había olvidado cuál fue la razón por la cual comenzaron la lucha que mantuvieron por años.
Y me enamoré.
¡Perdidamente!
De inmediato la asocié con mi relación con Jorge, mi hijo mayor que entonces tenía 12 años, un preadolescente para regalarlo. En ese momento pensé que algún día estaríamos sentados así, en paz, tratando de recordar por qué discutíamos tanto. Ricardo, como siempre en su infinita generosidad, me la regaló. ¡Era carísima! Y ahí partimos de vuelta a casa ya no dos, sino cuatro.
La ubiqué en mi pieza, en la repisa donde la veía siempre.
Despertaba y ahí estaba, me dormía mirándola.
Con el tiempo, no sólo representó mi relación con Jorge, que -de paso aclaro, es maravillosa y no tuvimos que esperar a estar tan viejos para dejar de discutir- sino que también asumí el significado de abuenarse con los conflictos, cualquiera que fueran.
Hoy ya no está conmigo.
A la señora que nos ayudaba en la casa se le cayó y se rompió en mil pedazos, aunque hubiese querido pegarla, fue imposible.
Con el correr de los años, y en cada momento crítico esa figura aparece ante mí. Esta maravillosa imagen representa, como ninguna otra, hacer las paces.
Y como soy media obsesiva, la sigo buscando de vez en cuando por internet. Contacté a los dueños de la tienda y ellos tan amables me dieron el nombre del artista que la creó: Bernard Pearson, a quien obviamente contacté. Ofrecí comprarle los bosquejos al precio que fuese y no hubo caso. Hoy sólo pienso que el próximo viaje a Inglaterra iré a verlo. Sigo creyendo en la magia y en los milagros.
La medalla con el ángel
La segunda cosa fue mi medalla de oro con nácar con la imagen de un ángel.
Pero no de un ángel cualquiera, era uno de los que Rafael de Urbino había pintado en su cuadro “Los querubines”.


Esa medalla tenía un valor muy especial porque se la había heredado en vida a Pedro. En algún minuto ese ángel sería de él
Yo tenía tres joyas de mucho valor las cuales había decidido darle una a cada uno de mis hijos.
A Jorge le tocaba el anillo con diamantes. Ahora no vayan a creer que era un cintillo de diamantes, pero diamantes habían.
A Raimundo le daría mis aros y mi cruz de zafiros, los cuales son tan azules como sus ojos.
Y a Pedro le daría mi collar de oro con la imagen del ángel. El siempre creyó en la magia, nunca dejó de creer… . Ese ángel representa la magia o el milagro.
Ya voy a encontrar esa medalla porque sigo creyendo en la magia y en los milagros.
El valor de las joyas
Sobre el tema de las joyas, algo que aprendí de mi abuela es que estas siempre se heredaban a las hijas o a las nietas, pero nunca a las nueras.
Uno nunca sabía que podía pasar en la vida y era inconcebible que “la nuera” se llevara una parte de nuestra historia que quizás a ella ni le importaba.
Teniendo esa afirmación como verdad absoluta, yo me prometí lo mismo. Como yo había tenido tres hijos hombres, mis joyas las heredarían las nietas.
Punto final.
Hasta que, me di cuenta de que Andre “was a real keeper” y como que Jorge no se atrevía a dar el paso. Le pasé mi anillo para que se lo regalara a Andre cuando él creyera conveniente.
Pasaron los meses y no había noticias de nada.
Ya en primavera, Andre me cuenta que se iría a un retiro de yoga por todo un mes.
¡Un mes!
Un mes con tiempo para pensar….
¡Qué peligroso!
Y mi consejo fue el mismo que me dio mi abuela cuando me llevó a viajar por el mundo.
Le dije:
“Jorge, te voy a pasar información del enemigo, no como mamá, sino como mujer.
Le dije:
“Jorge, te voy a pasar información del enemigo, no como mamá, sino como mujer.
Si Andre se sube a ese avión sin anillo en el dedo, las probabilidades de que cuando vuelva quiera tener “The Talk” son altísimas. Si no la quieres perder, do it now.
El año 1984, mi abuela Carmen me invitó a viajar por el mundo.
Iríamos a alguno de los países que a ella le faltaban por conocer y estaban en su lista de pendientes. Un viaje que duraría un mes y medio donde no podría hablar con Ricardo, mi pololo de esa época. Las llamadas a larga distancia eran carísimas, las cartas se demoraban, o sea que era casi como aislarse, o irse a un retiro.
Fuimos a Turquía, Egipto, Israel, Grecia, Roma, París y Londres.
(Esta es la única foto que tengo de ese viaje que fue tomada en el crucero por las Islas griegas)

Cuando nos subimos al avión para comenzar nuestra aventura, ella pidió dos copas de champagne y me hizo una pequeña introducción:
“Cuando tu tengas hijas, harás lo mismo que estoy haciendo hoy contigo.
Y si te ocurre lo mismo que a mí, que no tuve hijas, lo haces con tus nietas como lo estoy haciendo hoy contigo.
Cuando veas que el hombre perfecto llegó para tu niña te la llevas a un largo viaje.
El hombre chileno es lento, necesita perder algo para valorarlo. Ya verás que antes de que se termine nuestro viaje, te van a pedir matrimonio.”
Y así fue, estando en Roma, Ricardo me pidió que volviera pronto para que nos casáramos.
Even eagles need a push… incluso las Águilas necesitan un empujón.
Feliz de que hoy Andre tenga ese anillo.
Y el día de mañana habrá una historia similar para Rai y Pedro.
Creo en la magia y en los milagros.
