¿Quién no le teme al dolor?
Si cuando empieza parece que no terminará jamás: túnel sin salida, laberinto por el que nos arrastramos en la oscuridad. El dolor reduce la vida a sí mismo, no existe nada más allá del dolor.
El dolor es genuino, algo natural legítimo y necesario para vivir y seguir aprendiendo y arriesgando cada día un poco.
Del dolor no nos podemos separar y tenemos que convivir más o menos con él atenuando lo que podamos, pero sabiendo que detrás de él subyace un sentimiento pleno de vida, como la otra cara de la misma moneda, junto a nuestra vulnerabilidad existe acogida y compasión, gratitud, paz, deseo de vivir y todo ello nos ayuda en nuestro crecimiento.
El dolor es inherente a la vida. Forma parte de ella de la misma manera que el gozo y la alegría también forman parte de esta. Tendemos a pensar que es una casualidad fatal, un capricho del destino, pero no es más que una extensión de nuestra existencia. Por ello no podemos esquivarlo. Y todo esfuerzo puesto en esto será agotador e inútil.
Sin embargo, el ser humano se empeña una y otra vez en negarlo, disfrazarlo de enfado, de fuerza falsa y superficial. Y esto va agrandando, poco a poco, el vacío interior que vamos sintiendo. Cuando la solución está justo delante de nosotros. Tan fácil y difícil a la vez: permitirse vivir el dolor y ver qué mensaje nos quiere decir.
El dolor, al igual que la alegría, nos acercan a nuestra esencia más primaria. Ambos nos dan las lecciones más importantes y nos sirven para guiar nuestros pasos en la vida.
Pero hay buenas noticias: podemos revertir ese sufrimiento extra y, mejor aún, podemos convertirlo en una experiencia de aprendizaje que aumente exponencialmente nuestra sabiduría existencial.
No obstante, hay un ‘pero’ o una ‘condición’ a todo esto. Y es que, para poder integrar, transformar, crecer, sanar… se necesita tiempo.
El dolor como maestro
El dolor suele llegar con la misma fuerza con la que momentos antes había llegado la felicidad; y, además, esta felicidad suele haber sido propiciada también por eso mismo que ahora nos provoca daño. Así, el dolor llega después de la alegría, con historias que acaban, vidas que se separan, enfermedades que aprisionan…
Ciertamente, el dolor es un maestro porque a través de él vemos la magnitud de un antes y la importancia de un después: salimos de él como quien se desorienta al entrar en una nube de gas donde no se ve nada y al ver de nuevo claridad se siente vivo.
“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella.” -Murakami-
Transformar el dolor en una experiencia de aprendizaje
El dolor, sin duda, nos ayuda a crecer y nunca es en vano. Ser capaces de atravesarlo y revertirlo es una cualidad que nos hace mucho más fuertes y resilientes. La fortaleza está siempre en nuestras manos y, en última instancia, en nuestra determinación personal.
Para Frida Kahlo pintar era un modo de transformar el dolor en expresión artística. Era su canal, su refugio, su forma de libertad. Porque ella se negó siempre a ser víctima, entendió desde bien temprano que la vida no merecía entenderse a través de su sufrimiento físico. La vida para Frida Kahlo era por encima de todo pasión.
El sufrimiento es un catalizador para la expresión artística, no hay duda, pero también lo es la felicidad, el miedo o incluso la rabia. Sin embargo, el dolor encuentra en el arte un refugio muy catártico, ahí donde la persona puede reencontrarse a sí misma, atenderse, bucear en sus abismos de incertidumbre y fundirse en sus agujeros negros para salir fortalecido. Aliviado.
Crear belleza a partir del dolor puede ser increíblemente catártico y también refuerza nuestra resistencia como humanos.
Para muchos artistas, las experiencias de dolor, tristeza y adversidad a menudo conducen a algunas de sus mejores obras. Esto no quiere decir que todos los artistas deberían intentar llevar vidas miserables o torturarse continuamente, sino que la adversidad también podría presentar oportunidades futuras y una profundidad en su trabajo que de otra manera no se podría lograr.
Carolina Galaz nos dice que la próxima vez que nos sintamos afligidos, hagamos arte. Las artes nos ofrecen a todos una maravillosa oportunidad para procesar el duelo, expresar nuestros pensamientos internos y canalizar sentimientos indescriptibles y difíciles de verbalizar.
Participar en una actividad creativa nos anima a usar nuestra imaginación y a desprendernos del dolor que sentimos en los momentos de tristeza.
A diferencia de reprimir nuestros sentimientos dentro de nosotros mismos, las artes nos invitan a nutrir nuestras emociones de manera creativa en un espacio seguro. . Al ser creativos en tiempos de pérdida y dolor, nos damos licencia para expresar los poderes de nuestra imaginación y abrirnos a la inspiración divina. Cuando abrimos nuestros corazones al duelo a través del arte y la creación, nos abrimos a una conversación, una forma de meditación y comunión espiritual.
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