El único desastre que se me viene a la mente es cuando se me ocurrió participar en un concurso gastronómico el año 1991.
Decidí participar. Y, ¿por qué no? ¿qué podía perder?
Para irme a la segura me fui a buscar una receta del libro “Mi cocina” de Luisa Wilson del Solar, la tía Lucha.
Me leí casi todas las recetas saladas del libro hasta que una me llamó la atención: Sopa de mariscos Carmencita Merino.
En el minuto que la vi no dudé de que esa era la receta perfecta.
A medida que iba leyendo la preparación, me iba imaginando el sabor, aunque nunca la hubiera hecho. No solo lo imaginaba si no que lo saboreaba.
Siempre he dicho que yo engordo con el solo hecho de mirar recetas. Tengo esa capacidad: la de saber cómo sabe una preparación antes de hacerla. Un don que me viene por el lado paterno, desde mi papá hasta mi bisabuela.
Si a todo lo anterior le sumo que la receta llevaba el nombre de mi abuela, asumía que tenía que ser muy buena para aparecer en el libro de la tía Lucha. No cualquiera tenía ese honor.
La receta es la siguiente:
Sopa de mariscos Carmencita Merino
(para 8 personas)
Tres locos. Tres choros. Seis machas. Cuatro erizos, dos pasados, dos lenguas enteras.
Un cuarto de callampas picadas y remojadas en agua (o un tarro de champiñón)
Dos tazas de leche
Una cucharada de harina, otra de mantequilla.
Se cuecen juntos los choros, locos y machas. Se sacan de sus conchas y se pican.
En la olla se dora la mantequilla con la harina, se vacía allí las dos tazas de leche para hacer con eso una salsa blanca, después de hecha la salsa blanca se le agrega el caldo en que se cocieron los mariscos.
Los mariscos picados se le agregan, dejando los enteros aparte. Las callampas se saltan en una sartén en aceite, hasta que expriman el agua y la chupen también un poco. Se agregan después de cocidas a la sopa.
Cuando está lista para servirla, se le agregan los mariscos enteros y una taza de crema calentada de antemano al baño-maría.
Se sirve en tazas de consommé.
El primer paso
Para inscribirse al concurso uno debía anotar en el formulario, además de los datos personales, los ingredientes exactos, no solo en peso sino que además se debía poner la marca del producto que llevaría la preparación.
Estuve casi un mes ensayando la receta. Tenía que cocer los mariscos en las mañanas cuando los niños estaban en el colegio. Al menos a Jorge, el olor a cualquier cosa que proviniera del mar lo hacía vomitar. Para que decir si le daba pescado a ese niño.
Todos los fines de semana invitaba a comer y hacía de entrada la famosa sopa. Pobre Ricardo que tuvo que comer ¡tantas veces lo mismo!
El día anterior al concurso, decidí armar la sopa y dejarla lista para que al día siguiente no me atrasara en nada. Debía presentarme con mi receta lista para recalentarla.
La familia ya había comido, los niños ya estaban acostados y yo tenía la cocina para mí sola.
Y ahí estaba yo, cual directora de una obra con todos los ingredientes ordenados para comenzar a hacer la magia.
Tenía un bol de vidrio con el caldo de mariscos en un lado. El jarrito con la cantidad exacta de crema que iba a usar y así, todo en fila esperando el turno a ser puesto en la preparación.
Claramente, se me había olvidado la última parte y ahora, mirando hacia atrás, quizás fue un presagio.
El desastre
Estaba muy concentrada revolviendo las callampas cuando de sorpresa entró Jorge. Fueron unas fracciones de segundo en que me demoré para darme vuelta y preguntarle que hacia despierto cuando veo que estaba tomándose, lo que él debe de haber pensado era jugo de manzana y no el de caldo de mariscos.
Cuando él se dio cuenta de lo que se había tragado, y supongo que fue su instinto de sobrevivencia, escupió todo devuelta al bol. Y ahí estaba, el escupo de Jorge en mi sopa.
Fue tal mi impresión que no pude reaccionar.
No me salía el habla.
Mi cabeza estaba a mil pensando qué negocio estaría abierto para ir a comprar todo de nuevo.
Nada que hacer. Lo hecho, hecho estaba.
Miré a Jorge y le dije que estábamos en serios problemas. Estábamos en problemas porque yo tenía que decir todos los ingredientes usados en la receta y si yo ganaba, iba a tener que confesar. Iba a tener que decir que había un escupo.
No sé si esa noche él rezó para que ganara o perdiera.
Como cuando pillé a mi papá preparando la mejor salsa boloñesa que recuerdo haber comido.
Estaba él en la cocina preparando esta salsa que apenas estuve a su lado me dio a probar.
¿Qué tiene? pregunté yo mientras miraba cuanto frasco de condimento y especies había delante mío.
“De todo, me respondió él, ¡Tiene hasta jarabe para la tos!
Una receta puede llevar lo que uno quiera y crea que le va a aportar al sabor”, y apenas terminó de pronunciar esas palabras, se pasó su dedo índice por la frente y le agregó gotas de sudor a la salsa.
¡Y no fueron 2 gotas, fueron varias porque el papá sí que sudaba!
Escupo, gotas de sudor, gotas de sangre, mal genio, cariño son algunos de los ingredientes que hacen la diferencia. Quizás a eso se refieren con el “ingrediente secreto” o “ingrediente mágico”.
Mi sopa de mariscos Carmen Merino ganó medalla en la categoría de sopas con el “ingrediente secreto” que me regaló Jorge y que ahora lo comparto contigo.