No hay edad para recomenzar

por | 7 Abr, 2021 | Reflexiones

¿Cómo no pensar que la vida nos regala segundas oportunidades si hemos pasado por alguna enfermedad seria?, por la muerte de alguien cercano a temprana edad o por un accidente? Incluso, un cambio drástico en nuestras vidas, como este virus nuevo que nos invita, de manera muy sutil, a replantearnos. ¿Acaso nos damos un tiempo reflexionar?

Si miro hacia atrás, no he tenido una sino varias oportunidades en mi vida. No solo se han tratado de hechos puntuales, sino que también he aprendido de los otros. Mientras escribo se me vienen a la mente tantas personas, tantas circunstancias y no me queda más que agradecer sus enseñanzas y las oportunidades que me dieron para crecer y ser la persona que soy.

Cuando partimos a vivir a Holanda, con marido y tres hijos de 12, 9 y 4 años, sentí que era una nueva oportunidad para empezar de nuevo como familia y como mujer. Nadie me conocía, ni mi historia y a nadie le importaba que desciendo de una de las 200 familias que fundó Santiago, del colegio donde estudié, del barrio donde viví, con quien me casé, ni menos de la historia familiar con la que acarreamos siempre. Esa etiqueta o carta de presentación que, en Chile hasta hace poco era muy importante; digo hasta hace poco, porque al parecer cada día importa menos. En Holanda sentí que podía ser yo de forma libre. No tuve que aparentar ni demostrar nada a nadie, ni siquiera comportarme de un modo u otro, porque ya no estaba el peso del nombre.

Recuerdo cuando una vez mi mamá nos visitó, decidimos ir un par de días a París junto a los dos niños más chicos. Era pleno julio, un calor agobiante y mientras caminábamos hacia la Torre Eiffel, vi cómo en una fuente de agua, – la Varsovia en la Plaza Trocadero -, los niños jugaban y de paso se refrescaban. ¡Una imagen que invitaba a hacer lo mismo! Le dije a mis niños que fueran y se mojaran. Mientras los veía jugar le pregunté a mi mamá por qué en París podían bañarse en un espacio público y en Santiago era mal visto. Ella me respondió: “es que estamos en Paris!” como menospreciando a quienes lo hacían en alguna plaza de Santiago. ¡Aprendí tanto de esos casi 7 años que viví afuera! Asimilé porque acepté tomar ese desafío como oportunidad. De hecho, no me quedé en mi zona de confort, a diferencia del círculo de chilenos que conocí que se juntaban de manera regular para recordar con nostalgia la marraqueta con palta.

Mirando mas atrás aun, me aparece la figura de mi suegro quien, a sus 58 años, murió en un trágico accidente aéreo. Ese viernes, 20 de marzo de 1987 estábamos esperando que volviera a Santiago desde La Serena para salir a cenar.  Nunca llegó. Una tragedia, si. Pero si algo me enseñó es a gozar más de la vida. También aprendí de él a no guardar nada para después porque no se sabe si hay un después. ¿De que sirve incluso ahorrar para cuando seamos viejos si la vida es incierta? Y si no aprendí con eso, años después me enfrenté el diagnóstico de cáncer al hígado de mi papa. ¡Le dieron 6 meses! Otra vez más me estampaban el mensaje en mi cara, me lo refregaban: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. ¡Goza!, ¡Vive! Y aunque suene cliché: que cada día sea como el último. Cuantas veces mi marido, mis hijos y mis amigos me han escuchado decir: “Si el Señor ha de llevarme hoy, quiero que sepan que soy feliz y estoy plena”.

Y así, cada cierto tiempo, aparecen estas señales en mi camino que me recuerdan si no, no me explico de otra manera la llegada de mi cáncer. Pero estos son hechos puntuales, concretos. También han aparecido personas que a través de sus propios procesos me recuerdan la fragilidad de la vida. Cómo no mencionar a mi querida amiga Alicia, Ali. Ella tiene una nueva historia de amor, esperanza y dolor a sus 65 años. ¡Sus ojos hoy brillan con el entusiasmo de una niña de 20! Ella jamás será vieja porque esta llena de ilusiones, sigue amando la vida, el mar, las flores, las puestas de sol y todo lo bello que encuentra a su paso. ¿Cómo no aprender de ella? ¿Cómo no querer ser como ella?

Si algo debemos aprender en esta pandemia es a vivirla como una oportunidad. ¿Cuántas personas han tenido que reinventarse? ¿Cuántas han tenido que crear nuevas formas de trabajo? ¿Nuevos emprendimientos? Incluso me pregunto, ¿Cuántas personas han tenido que aprender nuevas formas de relacionarse o de comunicarse? Hay muchas personas que, no importando la edad, le han dicho sí a la vida, por necesidad o simplemente por aventura. Pero es un sí comprometido. También hay quienes han decidido quedarse estancados, impávidos, esperando que todo pase y vuelva a ser como antes. ¿Qué será de esas personas cuando salgan de su estado? ¿Habrá un lamento por no haber aprovechado la oportunidad para aprender nuevas cosas? De nosotros dependerá si somos capaces de ver que tenemos esa llave que siempre se nos da y que algunos la llaman la “oportunidad” – momento adecuado u oportuno- para darnos esas posibilidades de nuevos comienzos sin importar la edad que tengamos. El secreto es tomarlas y vivirlas como nuevas aventuras. ¿Y tú, te atreves?

7 de septiembre de 2020

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Soy María Luisa Ginesta

Autora del Libro La Llave y Directora de la Fundación EntreTodas

Todos me dicen Chica, me encanta escribir, conversar y me llena ayudar a muchas mujeres a vivir una vida con propósito sanando su interior.

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